Durante la semana vi una película que en una de las líneas afirmaba que “el cerebro de las mujeres es un misterio” y sí, es difícil pero hay que decir que el de los hombres también. Somos extranjeros siempre en el otro, hay que entender todo un nuevo lenguaje y crear uno para establecer un diálogo.
Tan cursis las líneas pasadas y es que tan cursi es la nueva red social que mencionaremos hoy. Quamora, este nuevo espacio que se plantea el objetivo de solucionar las angustias que padecen las personas que se encuentran en una relación amorosa. La página supone que seas un paciente y, de alguna manera, tiene algo de sentido esa posición que anticipa la página puesto que se padecen, se sufren, aparece una sintomatología y hay que atender los conflictos que surgieron para que todos esos malestares se desvanezcan.
Porque si te registras en esta red social como “paciente”, estarás recibiendo ayuda, no de un médico, sino de un consejero que, en esta dinámica, se contempla como un “doctor”, pues curará al paciente y lo hará convalecer. Y, como mencionaba unas líneas atrás, si alguien tiene la facultad de aconsejar en este campo, pues puede registrarse como “consejero” y ayudar muy solidariamente, fungir como el “doctor corazón” de la realidad no virtual.
Pero hay otra parte importante de la dinámica de la red social, si bien para participar tienes que estar registrado, claro, tienes que ser un usuario, puedes participar sin la necesidad de fungir como paciente o como consejero, porque, aceptémoslo, no todos tenemos la misma facultad de dar consejos en ese plano, en el amoroso, el que es muy escabroso.
Y sí, en estos momentos en donde se plantean soluciones desde lo virtual, llegó el preciso espacio para la solución de estos “problemitas”. Llegó la página que se disfraza de un “doctor corazón” y, a manera de alivio, nos da la oportunidad de permanecer como anónimos, es decir, de participar en ella por los tormentosos problemas amorosos que padecemos pero de una manera casi invisible, es decir, nos hace sentir a salvo de los ojos juzgadores de los demás, de abrirnos pero “bajita la mano”.